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Fábulas de Esopo – 4

fabulas
Actualizado el 6 julio, 2022 10:07:49

Presentamos nuestra edición de las fábulas de Esopo 4.

El Ratón presumido

Satisfecho el Ratón de la última fábula con el gran bien que había prestado al jefe de los animales, tuvo el fatal acuerdo de pedirle la mano de su hija.

El León, sorprendido al escuchar tal demanda, no se juzgó en el caso de negarse secamente a quien tan insigne servicio le había hecho; y, llamando a la joven Leona, le presentó su amante.

Pero la mozuela, que, al oír cosa de novio, vino dando saltos, tropezó con el galán que salia a su encuentro, y lo aplastó, sin querer, con una pata.

fábulas de esopo 4 - el ratón presumido

Los dos hermanos

hermanos

Un joven a quien la naturaleza había dotado de grande hermosura, decía así, burlándose de su pobre hermana, que era muy fea:

— «De pulga son tus ojos, muchacha; de perro dogo tu nariz, tu boca de cabra: ¿eres niña o eres mona?»

La muchacha, llena de furor por aquellos dicterios, corrió a denunciar a su padre el crimen de su hermano:

— «Hijos míos (dijo el padre, desentendiéndose de las razones de uno y otro): la hermosura insolente es como el diamante engarzado en vil metal; al paso que la virtud y la mansedumbre son poderosos talismanes contra las injurias del rostro.»

La Graja y las Palomas

Observando una Graja que las Palomas de cierto palomar estaban bien nutridas, se pinto de blanco como ellas, y como ellas voló al comedero donde tales carnes se criaban.

Las Palomas, al inicio, no hicieron caso de aquella compañera que callaba y comía; pero cuando la Graja, olvidándose de su papel, comenzó a graznar, se armó una de picotazos sobre la intrusa, que si no sale corriendo, la destrozan.

Se volvió a su grajera, donde aún no se habían levantado los manteles; mas los grajos, al verla blanca, la creyeron paloma, y si no se marcha pronto, la despellejan.

Así por pillar dos raciones se quedó sin ninguna.

fábulas de esopo 4 - la graja y las palomas

El Viento y el Sol

fábulas de esopo 4

Sobre su respectivo poder disputaban un día  encarnizadamente el Sol y el Viento.

No pudiendo convencerse el uno al otro con razones, como sucede casi siempre que se disputa, acordaron apelar a los hechos, y ejercer la experiencia en un caminante.

Saldría vencedor el que consiguiera despojar al viajero de la capa en que iba embozado.

El Viento comenzó entonces a soplar con desusada furia sobre el pobre hombre; pero éste, que no era tonto, al ver que la capa se le iba por todos lados, se la ciñó al cuerpo, se remetió las puntas con arte y desafió con éxito la fuerza del vendaval.

Tocó el turno al sol la prueba, y después de disipar las nubes acumuladas por su adversario, comenzó a dejarse caer suave sobre las espaldas del viajero con sus mejores rayos de medio día.

Una hora apenas habría pasado, cuando el hombre detuvo su marcha, se quitó la capa, la tiró al borde del camino y corrió a refugiarse bajo la sombra de un árbol.

El Leopardo y la Zorra

Sobre la hermosura de su piel, disertaba un día un Leopardo delante de una Zorra.

— «¿Quién mas bello que yo?» (gritó en un arrebato de vanidad).

— «Decís bien, amigo (replicó la Zorra) : vos lleváis la belleza a la vista; yo, si tengo alguna, la llevo en el ingenio .

El Novillo y el Buey

Un Torete lustroso y rollizo, de esos que jamás han aceptado yugo alguno, se paró delante de cierto Buey que araba en el campo, y le dijo :

— «¿No te avergüenzas, compañero, de llevar esas cuerdas en tu testuz, de arrastrar ese arado y de dar vueltas sobre el terreno todo el día, sin utilidad de ninguna especie para ti, sino en beneficio de un amo que no te lo agradece? ¡Cuán diversa es mi vida! (añadió ). Ando por donde quiero, me caliento al sol cuando hace frío, gozo de la sombra en el verano, como donde me agrada y bebo donde se me antoja. ¿No te causo envidia?»

El Buey, sin hacer caso de este discurso, prosiguió tranquilamente sus labores; y a la tarde, cuando libre ya del yugo, se retiraba al establo en busca de una abundante cena, vio al Novillo que, cubierto de guirnaldas de flores, lo llevaban al templo para ser sacrificado.

No era rencoroso el Buey; pero por si la lección resultaba útil para alguien, se le acercó a la oreja y murmuró:

— «Y ahora, joven, ¿qué os parece mejor? ¿El trabajo que conduce a la cena, o la holgazanería que conduce al sacrificio?»

La Zorra y el Macho Cabrío

Una Zorra y un Macho cabrío bajaron sedientos a un pozo.

Apagada la sed, comenzó el Macho a inquietarse por no encontrar la salida; pero la Zorra le dijo:

— «No te aflijas, compañero, que me ocurre una idea para salvarnos. Levántate y apoya tus manos en la pared, inclina los cuernos hacia delante y haz una especie de cuesta por donde yo me suba hasta el brocal: después me ocuparé de sacarte.»

fábulas de esopo 4 - la zorra y el macho cabrio

Lo Hizo así el Macho con exactitud, y su ingeniosa amiga trepó fuera del pozo; mas apenas se vio libre, principió a dar saltos de alegría sin cuidarse del prisionero.

Éste la increpaba por su lealtad: la Zorra le replicó:

— «Si tu entendimiento fuera tan copioso como los pelos de tu barba, jamás te meterías en una parte de donde no pudieras salir. Eso hago yo.»

El Águila, la Gata y la Jabalina

Una añosa y copuda encina daba cómodo albergue a un Águila en su copa, a una Gata montés en mitad de su tronco, y a una Jabalina y sus lechones en el profundo hueco de su raíz.

Pacíficamente vivían las tres familias al abrigo del árbol, hasta una mañana en que la Gata, pérfida y astuta, se remontó a la copa y habló así con la noble reina de las aves:

— «En gran peligro estás, ¡oh cariñosa amiga! La fiera que habita el cuarto bajo, no cesa de hozar en los terrenos que nos cercan, y presumo que se propone derribar nuestro árbol, para después comerse a nuestros hijos cuando los halle en tierra. ¡Hay que vivir con cuidado!»

Sorprendida quedó el Águila al oír tal revelación, mientras la Jabalina escuchaba de la Gata enredosa el siguiente pavoroso chisme:

— «He hablado con el Águila (le dijo), y de sus dobles palabras vengo a colegir que espera el momento que te marches, para bajar y arrebatarte tus lechones. ¡Hay que vivir con gran cautela!»

Águila y Jabalina resolvieron, en vista de la gravedad de las circunstancias, no abandonar ni un instante sus casas respectivas; y como no salían a buscar víveres, el terror maternal les costó la vida.

Cuando murieron, la Gata y los gatillos se refocilaron con los despojos de aquellas pobres gentes que dieron oídos a cuentos de vecindad.

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