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Fábulas de Esopo – 9

fabulas
Actualizado el 29 junio, 2023 14:06:07

Bienvenidos a la novena entrega de nuestra serie de artículos, en la que nos adentraremos en el fascinante mundo de las fábulas de Esopo.

A lo largo de la historia, estas narraciones cortas y llenas de enseñanzas han cautivado a lectores de todas las edades. En esta ocasión, exploraremos una selección de fábulas de Esopo, destacando su relevancia atemporal y las valiosas lecciones que nos transmiten.

Prepárate para sumergirte en historias llenas de sabiduría y moralejas que siguen siendo relevantes hasta el día de hoy.

Disfruta de la lectura de las Fábulas de Esopo 9

El Ratón y la Comadreja

Cierto Ratón flaco y hambriento, se introdujo una vez por la estrecha abertura de una ratonera, en términos de que hubiese parecido imposible.

Allí comió y comió a sus solas con tal exceso, que cuando quiso salir, no cabía por el agujero que le dio entrada.

Una Comadreja que lo advertía todo, se acercó a la prisión y le dijo:

— «Tragón amigo: solo hay un medio de salir libre, y es que esperes a estar tan flaco como cuando entraste»

Esta moral dicen que se aplicó en Grecia contra los administradores de Aduanas.

Fábulas de Esopo 9
El Ratón y La Comadreja

La Zorra y el Mono

La Zorra y el Mono

Bailó un Mono con tanta gracia delante de un concurso de animales, que todos por aclamación le nombraron rey.

¡Tales absurdos suele producir el entusiasmo!

Una Zorra, con todo, a quien la elección no había parecido completamente oportuna, noticiosa de que cerca de allí habían colocado ciertos cazadores un lazo con una manzana, dijo al Mono:

— «Puesto que todo lo merecéis, señor, id allí y apoderaos de aquel bello manjar que os pertenece.»

El Mono, que vio la manzana, dio dos brincos hacia ella y cayó de patitas en el lazo.

Al contemplarlo allí añadió la Zorra:

— «Pues qué, ¿creíais que bastaba saber bailar para gobernarnos?»

El congreso de las Vacas

Para asuntos urgentes del servicio público, convocaron las Vacas un Congreso bovino.

La instigadora de la reunión tomó la palabra y se expresó así:

— «Ya sabéis, amigas mías, que nosotras no tenemos mas enemigo que el carnicero. He pensado, pues, que siendo fuertes, como lo somos, hagamos alianza común y concluyamos con esos seres que nos destruyen. Si así lo hacemos, nada nos quedará que temer.»

Grandes aplausos resonaron en la estancia, y la oradora estuvo a punto de enfermar del pecho con tantos abrazos y enhorabuenas; pero una Vaca sesuda a quien los discursos altisonantes hacían menor efecto que las razones, pidió la palabra y dijo:

Fábulas de Esopo 9
El congreso de las Vacas

— «La cuestión para mí, señoras, es si los hombres dejarán de comer carne; porque si no dejan de hacerlo, como presumo, cuando matemos a los carniceros que nos degüellan bien, caeremos en manos de otros torpes, que nos harán pasar fiera agonía.»

Las palabras de esta Vaca produjeron gran impresión en el auditorio, y se decidió perseguir el uso de la carne, pero no meterse con los pobres carniceros.

Mercurio y el Leñador

Mercurio y el Leñador

Perdió un Leñador su hacha a orillas de un río, y no sabiendo qué hacer, ni teniendo recursos para comprar otra, se puso llorar desconsolado, invocando a los dioses.

Mercurio, compadecido de aquel infeliz, se le presentó con un hacha de oro, y le dijo:

— «Toma tu hacha, que yo me la he encontrado.»

— «Mi hacha no era de oro (observó el Leñador), y no puedo tomarla.»

El dios, entonces, le dio una de plata; pero tampoco quiso recibirla.

— «¿Cómo era, pues, la tuya? (le preguntó Mercurio.)»

— «La mía era de hierro y malo (repuso el hombre); pero era la mía.»

En premio de tanta honradez Mercurio regaló al Leñador las tres hachas, la de oro, la de plata y la de hierro.

Vuelto a su lugar el hombre, contó a sus compañeros la fortuna que los dioses le habían deparado; y uno de ellos, comido de envidia, se fue al río, tiró su hacha y comenzó a gemir como el anterior.

Se le apareció también Mercurio con un hacha de oro, y le dijo:

— «Toma tu hacha, que yo me la he encontrado.»

— «Gracias, caballero (exclamó el mentiroso); esa era la mía.»

El dios, entonces, irritado con tanta perfidia, no solo le quitó la de oro, sino que hizo que se perdiera para siempre la suya de hierro.

Esta es la hora en que el falso Leñador se come los codos de hambre.

El León y La Rana

A pulmones desplegados cantaba una Rana, cerca del sitio en que se había echado para descansar un León.

Incómodo éste con aquel jaleo , se volvió a ver qué clase de animal disforme era el que tan extraordinarias facultades tenia; pero al notar el tamaño de la Rana, que salió en aquel momento de su laguna, no pudo menos de aplastarla, diciendo:

— «Señora: mas corpulencia o menos gritos.»

Fábulas de Esopo 9
El León y La Rana

El Muchacho y La Fortuna

Fatigado por el juego un Niño de corta edad, se echó en tierra y se quedó profundamente dormido junto a la boca de un pozo.

Apareció la Fortuna, y despertándolo dulcemente, le dijo:

— «Recuerda ¡oh hijo mio! que acabo de salvarte la vida. Si hubieses caído dentro del pozo, todos me hubieran culpado y maldecido; pero dime la verdad, ¿tendrían razón?»

La pobre Fortuna, en efecto, anda siempre calumniada por los imprevisores.

El Viejo y Los Niños

Un Viejo que tenia a su cuidado numerosa descendencia, notaba con dolor que sus Niños disputaban continuamente los unos con los otros, sin que bastasen sus reiteradas amonestaciones a impedir la sempiterna lucha.

Cierto día, los llamó a su estancia, y mientras les mostraba un hacecillo de mimbres, atado con una cuerda, les invitó, uno a uno, a que intentasen romperlo.

Fábulas de Esopo 9

Ninguno lo consiguió, a pesar de que los había forzudos.

Entonces el Viejo, cortando la cuerda, repartió los mimbres entre los Muchachos para que los rompiesen, y en efecto, todos al punto quedaron rotos.

Entonces exclamó:

— «Ved, ¡oh hijos míos! cuán grande era el poder de la unión. Si un fraternal cariño estrecha con apretado lazo vuestros corazones, podréis desafiar juntos todas las desdichas; pero si la división reina entre vosotros, no tardareis en ser presa y juguete de vuestros enemigos.»

El Parto de Los Montes

Cundióse en cierta ocasión, que los Montes de una escarpada cordillera estaban en días de reproducirse: tales eran las convulsiones de que se les veía agitados y el fragor de los truenos que salían de sus entrañas.

Las gentes acudieron en gran número a contemplar tan raro fenómeno; y después de haber aguardado largas horas, lo único que presenciaron fue el nacimiento de un ratoncillo.

Y es que cuando un suceso se pondera mucho, suele pegar petardo a los observadores.

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