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Fábulas de Esopo – 6

Actualizado el 24 julio, 2024 19:07:08

Llegamos a la sexta entrega de nuestra serie sobre las fábulas de Esopo, un viaje en el que continuamos explorando el rico tapiz de historias que han inspirado a generaciones.

En este artículo, nos adentraremos en relatos que combinan creatividad y sabiduría para ofrecer una visión única de la condición humana.

Estas fábulas, con su ingenio característico, nos invitan a reflexionar sobre nuestras propias vidas y decisiones.

Únete a nosotros para descubrir cómo las enseñanzas de Esopo siguen iluminando nuestra comprensión de la ética y el comportamiento a través de relatos tan reveladores como atemporales.

INDICE

El Rey y el Esclavo

Durante una excursión que el Rey hacia por los jardines de su palacio, notó que cierto Esclavo, separándose de sus compañeros que trabajaban, vino á regar las sendas por donde él había de pasar á cortar las ramas que pudieran estorbarle y á aprovechar cuantas ocasiones hubiese de ser útil á su señor :

– «Te engañas, por vida mía (le dijo el Rey con severo acento), si piensas que he de darte la libertad en pago de esas adulaciones que no te pido. Mejor se la daría a cualquiera de los otros que siguen imperturbables en mi presencia cumpliendo con su deber.»

Los dos Viajeros y la Osa

Caminaban dos Viajeros por un espeso bosque, y, teniendo algún peligro, convinieron ayudarse y socorrerse el uno al otro en cualquier trabajo.

De repente, una Osa formidable se terció con su hijuelo en la senda que llevaban ambos amigos; uno de los cuales, sobrecogido de terror y olvidando su promesa, trepó velozmente hasta la copa de un árbol.

El otro, al verse solo, no tuvo mas remedio que arrojarse en tierra y contener la respiración fingiéndose difunto.

La Osa le revolvió con el hocico varias veces, para devorarlo si vivía; pero visto que era cadáver, se alejó en busca de mejor presa.

Al bajarse el del árbol dijo maliciosamente á su compañero:

– «¿Qué te decía la Osa al oído?»

— «Me decía que en adelante no me fie de bravucones y cobardes como tú.»

El Lobo el Zorro y el Mono

De haberle robado cierta presa, acusaba un Lobo a un Zorro, ante el tribunal de un Mono sabio.

Se defendieron ambos contrincantes con elocuencia suma, y en verdad que á ninguno podía quitarse la razón: tal era el flujo maravilloso de sus palabras.

Impaciente el Mono juez, les impuso silencio y dijo:

— «No me cabe duda, amigo Zorro, de que tú has robado algo; pero tampoco me cabe, amigo Lobo, de que lo que éste ha robado no se te había perdido a ti».

El Caminante

Ofreció un Viajero á Mercurio dedicarle como ofrenda la mitad de los hallazgos que obtuviese en sus peregrinaciones; y, con efecto, el dios permitió que se encontrara al punto un saco de dátiles y de almendras.

Se comió el Viajero ambas cosas con el mayor descaro, y después se presentó en el templo con las cáscaras de las unas y los huesos de los otros.

— «Ya ves ¡oh Mercurio! (dijo) como cumplo mis promesas: he hallado dos cosas y te traigo el interior de la una y el exterior de la otra, para que así quedemos iguales.»

El dios, sonriéndose, replicó:

– «Nada tengo que decir en contrario; pero se me antoja, amigo mío, que no volverás a encontrarte cosa alguna en tus viajes.»

El Asno y el Perrillo

Observó cierto Asno, con envidia, que su dueño acariciaba y regalaba constantemente a un Perrillo, sin mas razón, al parecer, que los mimos y carantoñas que recibía de éste.

Resolvió, en consecuencia, imitar al Perro en los halagos, para lo cual comenzó un día a hacer en presencia del dueño una figura de zarabanda.

Atónito el señor con aquel agasajo asnal, comenzó a reír de todas veras; y el Burro, creyendo que había acertado el camino, no solo bailó, sino que se puso a rebuznar al oído del amo, y hasta se propasó a arrimarle algunos lametones.

Enfadado el señor de aquella burla, cogió una estaca y la partió en las costillas del Asno.

Aun no se ha podido convencer el burro, desde entonces, de por qué, causas iguales, producen a veces desiguales efectos.

Las Aves, los Cuadrúpedos y el Murciélago

Fábulas de Esopo 6

En los tiempos terribles en que las Aves y los Cuadrúpedos se hacían la guerra sin piedad, el Murciélago tomó partido por los pájaros; pues creía que, a favor de las alas, se decidiría por ellos la victoria.

No sucedió de este modo, sin embargo; y el Murciélago, al ver que los Cuadrúpedos llevaban la mejor parte de la lucha, abandonó a sus amigos y se alistó en el ejército de los vencedores.

Una lealtad y valor a toda prueba, la lealtad y el valor del águila rampante, decidió al cabo la victoria por los combatientes alados; y en consecuencia, el tránsfuga no tuvo partido en que alistarse.

Desde entonces el Murciélago pasa los días escondido en una cueva, y por las noches se atreve á salir un rato, en busca de aire que respirar.

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