¡Bienvenidos a la décima entrega de nuestro viaje por el maravilloso mundo de las Fábulas de Esopo!
En este capítulo, nos adentraremos una vez más en las enseñanzas y moralejas que nos brinda el ingenio de este célebre fabulista de la Antigua Grecia.
Prepárense para sumergirse en historias cautivadoras donde los animales cobran vida y nos enseñan valiosas lecciones que trascienden el tiempo.
Desde la sabiduría del cervatillo hasta la astucia del zorro, acompáñennos en esta travesía literaria que nos transportará a un mundo donde las fábulas se convierten en la voz de la moralidad.
¡Es hora de desvelar el décimo tesoro de sabiduría de Esopo!
Fábulas de Esopo 10.
INDICE
El Cervatillo
Un Cervatillo malicioso, increpaba de esta manera a un Ciervo entrado en años:
— «Eres mas grande y fuerte que los perros; una cornamenta temible arma tu testuz e impone espanto: ¿cómo, pues, te asustas de ese modo cuando el lebrel te acosa?»
— «Razón tienes, hijo mio (contestó el abuelo), y muchas veces me he hecho yo ese cargo; pero ¡qué quieres! en cuanto oigo el ladrido nada mas, emprendo la fuga.»
Y es que el miedo no entiende de razones.

La Zorra y el Leñador

Huyendo una Zorra de ciertos cazadores que la perseguian, corrió largo trecho por un despoblado , hasta que viendo a un Leñador amigo, le suplicó que la ocultase en su choza.
Lo hizo así, pero cuando los cazadores vinieron a preguntarle por la Zorra, les decía con la voz que ignoraba su paradero, mientras con las manos indicaba el punto del escondite.
No habiéndole comprendido, sin embargo, se marcharon los cazadores, y entonces la Zorra salió de su guarida y se alejó del hombre sin decir palabra.
El Leñador, amostazado, dijo:
— «¿Es esa la manera que tienes de darme las gracias?»
La Zorra, mirándole atentamente, contestó:
— Te la daría de muy buen grado, si en tu respuesta a mis enemigos hubieran marchado acordes los gestos y las palabras.»
Y es que para hacer los favores hay que hacerlos completos.
Los Gansos y las Grullas
Solazábanse juntos en un prado los Gansos y las Grullas, cuando varios cazadores acudieron allí y asestaron sus tiros a las bandadas.
Las Grullas, apercibidas del peligro, partieron a volar, fiadas en su ligereza; mas los Gansos, que es gente reposada, perdieron su libertad por ser pesados.
En un pueblo revuelto , siempre es la gente lista la que se escapa.

La Mujer y las Esclavas

Había una patricia hacendosa, que, para mejor aprovechar los días de faena, llamaba a sus Esclavas al canto del gallo.
Sentidas éstas del pico del animal, que es quien las despertaba, decidieron dar muerte al centinela de la aurora, para librarse del madrugón.
Pero el ama, que, desde que no oía el gallo, perdió la seña del llamamiento, dispuso que se levantaran a media noche, y así estarían dispuestas cuando amaneciera.
Las Ranas pidiendo Rey
Agradablemente y en plena libertad vivían las Ranas en sus charcos y lagunas, cuando se les antojó pedir á Júpiter un rey.
El Dios del rayo, que aquel día estaba de buen humor, les envió un tronco de árbol, diciéndoles:
— «Ahí tenéis vuestro rey.»
Pero fue tal el ruido que hizo su majestad al zambullirse en el agua, que las Ranas huyeron despavoridas y se ocultaron en sus escondrijos, mirándole desde lejos sin atreverse a levantar la cabeza.
Envalentonada una, sin embargo, al ver la inmovilidad del rey, fue adelantándose poco a poco hasta cometer la irreverencia de saltarle a las espaldas; lo cual, como quedase impune, movió a las compañeras a seguir su ejemplo, y bien pronto se convirtió en salón de baile el cuerpo del monarca.
Resentidas entonces en su amor propio ante aquel rey de palo, pidieron a Júpiter uno distinto, pero rogándole que se pareciese a los que usaban los hombres en la tierra.
Esta vez les envió una cigüeña, que persiguió a las Ranas sin descanso, y se comía a las más gordas, que era un primor.
Nueva petición de soberano a Júpiter, pidiéndole que cambiase el segundo por el primero.
Júpiter les dijo:
— «Vosotras tenéis la culpa de lo que os sucede: no quisisteis un tronco y os envié una cigüeña; si no queréis la cigüeña, os mandaré un cocodrilo.»
Las Ranas no han vuelto a murmurar al rey.

El Hombre mordido por el Perro

Con no poca aprensión, por miedo a la rabia, corría un hombre la ciudad buscando quien le curase la mordedura de un Perro.
Cierto desocupado, de esos que tienen recetas para todo, lo detuvo y le dijo:
— «Si quieres curarte en el momento, toma un pedazo de pan, empápalo en la herida y dáselo a comer al Perro mordedor.»
El hombre mordido respondió sonriéndose:
— «Buena será tu medicina; pero si yo doy pan al Perro que me mordió, vendrán en seguida a morderme todos los perros.»
El Asno, el Perro y el Lobo
Caminaban penosamente en el peso del sol, un Asno con su carga, y un trajinante seguido de su Perro.
Perro y Asno, además, no habían comido desde por la mañana.
Llegados a una hermosa pradera, el trajinante se acercó a un ribazo y se echó a dormir: el Burro, entonces, se puso a pacer libremente, y solo el Perro quedó en peor estado que cuando andaba.
— «Compañero amigo (le dijo al Asno) : ¿por qué no te bajas un poco y tomaré alguna cosa de la cesta?»
El Asno se hizo el sordo y continuó masticando las tiernas hojas del césped.
Volvió el Perro a dirigirle la súplica, y el Burro respondió:

— «Por qué no te esperas un poquito a que despierte el amo, y él te servirá la merienda?»
De repente, varió la situacion por completo, pues un Lobo que acechaba al grupo, se arrojó sobre el cuello del Asno.
— «Socórreme, compañero amigo (gritaba éste en su agonía) : a mí, Palomo!»
Pero el Perro, que contemplaba la escena desde una altura, repuso:
— «¿Por qué no te esperas un poquito a que despierte el amo y te socorra?»
El León y la Zorra

Un Leon agobiado por los años perdió la facultad de buscar el sustento con sus garras, y tuvo que acudir a la astucia.
Se fingió enfermo en la cueva que le servia de palacio, y, dando parte de esta novedad a todos los animales sus súbditos, les hacia llegar hasta el y se los comía acostadito en su trono.
La Zorra llegó a su vez, como era justo, pero no quiso pasar de la puerta, y le preguntó por su salud a voces.
— «Ya voy mejor (contestó el rey); pero ¿por qué no entras?»
— «No entro (dijo la Zorra), porque he advertido que hay aquí en el suelo muchas huellas de los que entran, mas ninguna de los que salen.»