¡Bienvenidos a la séptima entrega de nuestra serie sobre las fábulas de Esopo, donde las aventuras y las lecciones morales están de vuelta con una chispa de diversión!
En este artículo, nos sumergiremos en relatos que, con su ingenio y travesuras, prometen no solo hacerte sonreír, sino también ofrecer sabias lecciones disfrazadas de entretenidos cuentos.
Prepárate para conocer a personajes traviesos y situaciones inesperadas que, como siempre, revelan las verdades más profundas de una manera ligera y entretenida.
¡Acompáñanos en esta nueva ronda de fábulas y descubre cómo Esopo convierte la sabiduría en un espectáculo cautivador!
INDICE
El Labrador y sus Hijos
Un Labrador anciano, que se sintió morir, deseaba que sus Hijos no se ocupasen mas que de la agricultura; y para inculcarles con eficacia este precepto, los llamó a su lado y les dijo:
— «Es llegada, oh hijos míos, la hora de mi muerte: buscad en la viña, y encontrareis cuanto he guardado»
Los Hijos, creyendo que en la viña habría escondido un tesoro, la comenzaron a cavar en todas direcciones, derramando abundante sudor de sus frentes.
Nada obtuvieron, sin embargo, que se pareciese a tesoro; pero como habían removido con tanta diligencia la tierra, aquel año casi no les cupieron las uvas en el lagar.
La Cogujada y sus Hijuelos

Cargada de familia una industriosa Cogujada, y teniendo necesidad de vivir, como todas las de su especie, en medio de los sembrados, no se apartaba nunca de su casa sin recomendar a los Hijos que no se movieran, y que escuchasen las conversaciones de los campesinos.
Cierta mañana oyeron, en efecto, que el dueño del sembrado le decía a un hijo suyo:
— «Estas mieses están doradas y hay que segarlas: avisa a los amigos que vengan mañana a ayudarnos.»
Los Hijuelos de la pájara refirieron temblorosos aquella conversación a su madre; pero ésta les tranquilizó diciéndoles:
— «Perded cuidado, que no vendrán.»
Y así sucedió, pues los únicos que llegaron fueron el padre y el hijo de la víspera.
— «Las mieses se pasan (murmuró el labrador con pena), y los amigos no vienen a ayudarnos: avisa, hijo mío, a los parientes, que ellos acudirán sin duda.»
Nuevo sobresalto de los pajarillos y nuevas súplicas a la madre para huir de allí.
La Cogujada volvió a tranquilizarles con sus palabras de antes:
– «Perded cuidado, que no vendrán.»
Al día siguiente oyeron que el campesino decía con resolución:
— «Ni los amigos ni los parientes nos amparan, hijo mío; vengamos mañana nosotros al salir el sol, y aun cuando sucumbamos en la tarea, seguemos estas mieses que se nos pierden.»
Enterada de esto la pájara, gritó á sus Hijuelos:
— «Señores: a hacer un lío con la ropa y a marcharnos; que cuando los dueños son los que se deciden a venir, mañana se siega el trigo.»
El Niño y La Madre
Cierto chicuelo revoltoso, hurtó un libro en la escuela y se lo llevó a su Madre.
La mujer, que se excusaba con esto de comprarle otro, colmó de caricias al Niño, alabando por extremo su agudeza.
Envalentonado éste, robó alguna otra cosa, y después otra mas; hasta que cogido por la justicia en nuevo hurto, fue llevado a la cárcel y sentenciado a muerte.
La Madre se deshacía en lágrimas tras del reo; pero el Niño, parando la comitiva, exclamó:
— «Si cuando hurté el primer libro no te hubieras reído, ahora te excusarías de llorar mi desgracia.»
El Mastín Infiel

Tenia un pastor tanta confianza en su Perro, que de continuo le fiaba la guarda del rebaño.
Pero el Mastín, prevaliéndose de su reputación, que por lo visto era injusta, no solo mordía de vez en cuando a las ovejas, sino que en ocasiones despedazó alguna para devorarla.
Noticioso el pastor de tan negra perfidia, dio orden de que ahorcasen al Perro; mas éste, en el momento de morir, opuso al amo un argumento decisivo :
— «¡Me mandas ahorcar (exclamó llorando) porque me he comido alguna oveja, y no ahorcas al lobo que ha devorado tantas!»
— «Quizás tengas razón (le respondió el hombre furioso); pero el lobo tiene por oficio comerse las ovejas, y tú tenias mi confianza para guardarlas.»
La Tortuga y el Águila
Suplicaba al Águila una Tortuga que la enseñase a volar; y aunque aquella le decía que nada era tan contrario a su naturaleza como esta pretensión.
La Tortuga instaba con tales ruegos y razones, que su amiga accedió al cabo a la solicitud.
La remontó, pues, a los aires, y cuando le hubo dado los consejos oportunos, abrió las garras; pero el torpe animal se hizo un ovillo y cayó sobre unas piedras, donde perdió la vida.
De un modo análogo se estrella todo el que quiere hacer alguna cosa para la cual le faltan los dones naturales.
Las dos Cangrejas
— «Querida mía (dijo en cierta ocasión a su hija una Cangreja anciana): ¿por qué andas de costado y en tan ridícula manera? No seria mejor que echaras el cuerpo hacia delante, como todo el mundo? »
— «Verdad es (contestó la Cangreja joven); pero me parece que yo ando lo mismo que mi madre. Deme ella el ejemplo, y yo lo seguiré con alma y vida.»
Cuando a un muchacho se le ha enseñado mal, no hay que reñirle luego por lo que hace.