Un 12 de junio como hoy, pero allá por el año 1999, el mundo observaba incrédulo y con gran expectación, el devenir de un enfrentamiento militar capaz de detonar la Tercera Guerra Mundial.
Ese día, cuyo recuerdo parece haber sido borrado de los anales de la historia, los ejércitos de la Federación Rusa y de la Alianza Atlántica se enfrentaron en las calles de Pristina.
Un 12 de junio como hoy, pero del 1999, la historia de la humanidad cambió para siempre.
Estados Unidos, aturdido por el aroma embriagador del momento unipolar y persuadido por las tesis sobre el final de la historia de Francis Fukuyama, no podía saber que su aventura en Yugoslavia en clave anti-Serbia, seguía ignorando los intereses y súplicas – literalmente- del débil Boris Yeltsin y de su brazo derecho Yevgeny Primakov, alimentaron sin saberlo las futuras ansias de revisionismo de dos gigantes entonces medio dormidos que responden a los nombres de Rusia y China.
Para rastrear los orígenes de la desconfianza de Vladimir Putin hacia la Alianza Atlántica, así como para comprender las razones de la guerra en Ucrania, es necesario remontarse a ese día, a ese 12 de junio de 1999, el año del destino.
El contexto
Pristina, 12 de junio de 1999. La Operación Noble Anvil, acaba de finalizar a favor de la Alianza Atlántica.
Belgrado, corazón palpitante de la esfera serbia y capital de la República Federativa de Yugoslavia, ha sido aniquilada luego de 78 días de intensos e ininterrumpidos bombardeos, de los que luchará por recuperarse durante décadas.
Uno de esos bombardeos provoca la ira de Pekín (la destrucción por error de la embajada China en el lugar por la Fuerza Aérea de los EE. UU),
El general Nebojša Pavković acaba de firmar el acuerdo de Kumanovo.
La guerra de Kosovo terminó oficialmente con el acuerdo de Kumanovo. Para los ex-beligerantes es hora de hacer inventario.
Pero el día 12, cuando lo peor parece haber quedado atrás, en el aeropuerto internacional de Pristina, futura capital de Kosovo, se cruzan en sus caminos un batallón ruso y un recién nacido contingente multinacional de la Alianza Atlántica: Kosovo Force (KFOR ).
Cada bando tiene sus razones.
A los rusos se les había hecho creer que podían instalarse en el norte de Kosovo en modo que garanticen la paz, los occidentales (liderados por Washington) se habían retractado al último momento porque temían una “Coreanización” de la provincia rebelde.
Ninguna región estratégica del Kosovo habría sido protegida de forma independiente por los rusos poco fiables.
El Kremlin había intuido las implicaciones de un Kosovo transformado en un protectorado defendido manualmente por la Alianza Atlántica.
La secesión de la ahora moribunda Yugoslavia, no tuvo la fuerza ni la voluntad de provocar una crisis de imprevisibles consecuencias, pero tampoco pudo anunciar una ignominiosa retirada.
Porque solo unos meses antes, el 24 de marzo, la administración Clinton había rechazado la última propuesta de resolución diplomática de la cuestión kosovar enviada por la presidencia de Yeltsin y comunicado que ese mismo día comenzarían las redadas en Belgrado.
Rusia aún no se había recuperado de la derrota de la Operación Noble Anvil, que entre otras cosas le costó el puesto al carismático primer ministro Primakov (castigado por Yeltsin por haber decidido personalmente cancelar el viaje previsto a Washington, precisamente el 24 de marzo, regresando a Moscú), y ya tenía que afrontar otra más.
Una confrontación parecía inevitable.
A un paso de la guerra mundial
El alto mando de la Alianza Atlántica entró en estado de alerta la mañana del 11 de junio, cuando una imponente columna de treinta vehículos de cascos azules que ondeaba la tricolor rusa se separó repentinamente de la coalición multinacional desplegada en Bosnia y Herzegovina.
Hacia dónde irían esos alrededor de 250 soldados estaba claro desde el principio: Kosovo.
El motivo también estaba claro: poco después, debido al inminente despliegue de la KFOR, la provincia serbia se convertiría oficial e irreversiblemente en un protectorado occidental.
Estados Unidos, percibiendo astutamente la naturaleza de la movilización rusa, no perdió el tiempo.
El entonces Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, Wesley Clark, ordena a un contingente anglo-francés que se lance en paracaídas al Aeropuerto Internacional de Pristina y tome el control a tiempo útil.
Los franceses, respondiendo principalmente al Elysée, retroceden y dejan el campo a los británicos, mientras tanto, se unen las fuerzas especiales noruegas.
Los deseos de Clark no se hacen realidad, ya que los rusos logran poner un pie en el aeropuerto de Pristina antes que sus homólogos occidentales, y esto conduce a un rápido agravamiento de la crisis.
De hecho, para evitar la llegada de nuevas tropas del Kremlin, la Alianza Atlántica sella el espacio aéreo de Kosovo.
Comienza una larga negociación entre los generales Mike Jackson y Viktor Zavarzin, cuyo objetivo es terminar rápidamente la crisis, pero Clark parece tener otros planes, esto es, asegurar la rendición tomando la pista aérea que han tomado los rusos.
El 13 de junio, coincidiendo con la escalada entre la OTAN y Rusia, surge una crisis interna dentro de la OTAN.
Jackson, que se niega a cumplir las órdenes de Clark, amenaza con dimitir. Aumentar mas las medidas de seguridad, argumenta el general británico, implicaría demasiados riesgos.
Y él, explicará en el transcurso de un tenso cara a cara con Clark, no tiene intención de “iniciar la Tercera Guerra Mundial”.
El duro enfrentamiento verbal entre Clark y Jackson habría terminado con un compromiso a finales de mes: no despegue forzoso de la pista, porque era posible casus belli de una guerra OTAN-Rusia, pero sí presión sobre los países vecinos –Bulgaria, Rumanía y Hungría– a cerrar sus espacios aéreos a los vuelos militares rusos, impidiendo así la llegada de refuerzos al pequeño contingente.
Un acuerdo ganador y pragmático que obligará a la tambaleante presidencia de Yeltsin a aceptar los hechos consumados, renunciando a cualquier reivindicación sobre Kosovo.
1999 - el año del destino
No es posible entender completamente la guerra en Ucrania, sus orígenes y sus razones, sin escribir y hablar sobre los hechos de 1999.
Porque están maduras hoy las semillas de esos frutos, como el revisionismo del eje Moscú-Beijing y el deseo de transición multipolar del Sur global, que fueron plantados sin saberlo por el bloque occidental ese año, entre Belgrado y Pristina.
Es necesario retroceder en el tiempo al 1999 para explicar los temores de Rusia a una OTAN utilizada por Estados Unidos con fines ofensivos e irrespetuosos con el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Es necesario escribir sobre el bombardeo de la embajada china en Belgrado para entender (en parte) la animadversión y desconfianza de Pekín hacia Washington.
Hay que estudiar Kosovo para entender el Donbás.
Pero, sobre todo, perpetuar la memoria de el 12 de junio de Junio de 1999 es históricamente fundamental, porque fue observando el trato reservado a Yeltsin, presenciando las guerras yugoslavas y siguiendo los intentos de afganización del Cáucaso Norte, y las bofetadas diplomáticas de los noventa, que dieron a Putin el cetro del Kremlin. El resto es historia.